Lo miraría reír, hasta que me duelan las costillas de risa y mas, hasta que se explote la ultima burbuja de diversión, hasta que se le inflen los cachetes de sueños y mantenga intacta la magia de su mirada dormida.
Escucharía preguntas, hasta que se acaben las respuestas, hablaría de dibujitos hasta que se apaguen las palabras, leería cuentos hasta que lluevan juegos del techo, rebotaría globos, saludaría a cada árbol, perro, “pipi”, “Ico-Ico”. Sonreiría sin que sea necesario, solo porque verlos me llena de magia, y a veces los ojos no me alcanzan para expresar esa sensación tan especial.
Un abrazo de esos que con los meses pasaron de ser de pingüino a correcaminos, y esa sensación de fragilidad que me producen sus llantos, el refugio que da la risa, la paz de dibujar. Las sonrisas atorrantes y las caras de yo no fui. Crecer ¿Quién crece más? Ellos o yo, yo y ellos. Cada vez estoy más segura, de que ellos tienen mas que enseñarme que yo a ellos, inocencia, juegos, ingenuidad, son pequeños gigantes, que iluminan mis mañanas y mediodías de niñez. Que me comparten sus cosas y hasta me preguntan “¿Qué queres ser cuando seas grande?” y entre dudas y recuerdos, no me queda otra que responderles: “No sé”.
No sé que quiero ser cuando sea “grande”, si acaso creo que un poco lo soy. Pero sé que muchas veces camino cerca de pequeños gigantes, tan cerca como se pueda estar de sus miradas que me hacen cosquillas en el corazón. No sé que quiero ser cuando sea grande, solo sé que a veces me siento guardiana de tres pequeños gigantes.
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